Vaya, por fin cambiaron ese dichoso cristal, le comento a Elora mientras avanzamos por el pasillo níveo.
-Pequeña pupila, alcanza los libros de aritmética aplicada a la imantación.
Por fin comienzo estas clases, un sueldo digno con el que llevarme algo a la boca y a la niña le da por huir de mi.
Seguro que a su padre no le hace ninguna gracia. Malditos embajadores y aristocracia flamígeros que calcinan nuestra moral.
La luz se filtra por el cristal y hace brilla el rojizo pelo de la pequeña,
-Elora, mírame.
El fulgor esmeralda de su faz me ha dejado sin palabras...
¿a quien me recuerda su cara?